miércoles, 21 de julio de 2010

Reflexiones pre-vacacionales

Sé que tengo un tanto descuidado mi blog, pero con este calor y la perspectiva de unos días de vacaciones en agosto, parece que me cuesta todo más. Me encanta el verano, y no lo cambio por nada, pero me sienta fatal, me instala en una especie de pesimismo antropológico, o de una lucidez especial, supongo que será el calor... y la necesidad de renovar energía y cargar pilas, que tenemos un año duro por delante, duro para cerrar proyectos y para generar la confianza para la continuidad de nuestro proyecto.

Estos días en los que la gente se va de vacaciones, estamos hablando mucho de la convivencia, del civismo, y muestra de ella es la ordenanza del Ayuntamiento de Palma para regular el consumo de alcohol en la calle y sobre todo para que se cumpla la ley en una población tan vulnerable como son los jóvenes menores de edad.

Recuerdo que cuando iba a las galas de tarde la edad legal para beber alcohol estaba en 16 años. Y bien saben mis amigas que hacíamos uso de esa posibilidad... La concienciación social sobre los problemas sobre la salud del alcoholismo, y de las consecuencias nefastas en cerebros todavía en desarrollo (en el mejor de los casos) se acompasaron de un retraso en la edad legal para poder beber, y de la prohibición de que los bares y supermercados pudieran vender a menores.

La repentina preocupación de los empresarios por la salud pública de la juventud, así como las “molestias” de estos chicos y chicas concentrados en otras zonas que no son sus establecimientos, evidenciada en una manifestación dantesca clama al cielo. Si buscásemos la definición de “hipocresía” en el Real Diccionario de la lengua española, saldría esa foto.

El alcohol es una de las drogas junto al tabaco que más adicción genera. Pero nuestra hipocresía plasmada en leyes, nos lleva a condenar un canuto de maría y no un carajillo después de comer. Pero no me desviaré del tema...

¿por qué los jóvenes beben en las calles? Porque si te clavan 5 € en un garito por una cerveza es un “robo a mano armada” y ningún joven se lo puede permitir. Así que si los empresarios quieren formar parte de la solución, no al consumo de alcohol, sino al hecho de hacerlo en la vía pública, que bajen los precios.

Esta es una medida que descolapsaría las zonas de conflicto. Pero no podemos olvidar que “el botellón” es un encuentro social, un espacio de socialización que entre la gente joven (yo siempre he preferido lugares menos masificados, litrona en mano) tiene su sentido y forma parte de su manera de divertirse, encontrarse con colegas, conocer gente, etc. Así, que aquí hay que hacer un trabajo más de “fondo” ofreciendo opciones interesantes a este tipo de modalidad barata de diversión y fomentando campañas de salud y educación para beber de manera responsable y cívicamente.


Otro tema que afecta a nuestra convivencia, o puede afectar, más bien porque entiendo que es un debate “preventivo” más que un fenómeno social en nuestras calles ha venido de la mano de la moción presentada por UM en Palma respecto a la prohibición del burka. En la reunión del lobby de dones donde asistimos representantes de todos los partidos, me quedé “alucinada” por el trasfondo, los presupuestos xenófobos e islamófobos de la representante de tal formación. Vaya fenómena.. Hablaba sin pudor de que”nos han invadido”, que siente “miedo por las calles” y que acabarían imponiendo sus reglas. Con tales declaraciones parecía que estaba en Matrix en lugar de Mallorca.

A tal afirmación no pude más que espetar que “el verdadero peligro para esta comunidad, no son estas mujeres con burkas (a las cuales todavía no he visto) sino señores con traje y corbata que han estado gestionando en la administración”.

Nuestra tradición de pensamiento ilustrado, nuestras sociedades que han pasado por las revoluciones liberales, nuestro ordenamiento jurídico y valores constitucionales nos hacen repudiar el uso del burka, y hasta ahí todos los grupos de acuerdo. El burka es una prenda patriarcal y símbolo de fundamentalismo denigrante para las mujeres tanto si se lo “porque quieren” o coaccionadas. Tal vestimenta, tal concepción de las relaciones entre mujeres y hombres, separaciones de ámbitos público y privado choca con la manera en que desde Occidente, hemos construido nuestras relaciones interpersonales, y con la lucha que las mujeres hemos abanderado por la igualdad de género.

Comprendiendo la complejidad del debate, que incluso ha motivado al Consejo de Europa a desaconsejar la prohibición, o en el Consejo de Estado Francés a declarar inconstitucional la ley aprobaba por Sarkozy, convengo en que la convivencia debe regularse, de la misma manera que no permitiremos fumar en espacios públicos, hacer el botellón, llevar símbolos fascistas e inconstitucionales por la calle y otras muchas cosas más.

Entiendo que nuestro bagaje liberal plantee serias contradicciones entre la libertad individual (de vestimenta, creencias) y la colectividad, pero entiendo que objetivos como la plena igualdad entre mujeres y hombres, el proyecto de convivencia inter-cultural desde las bases que hemos ido construyendo democráticamente deben ponderarse por igual.

Un Ayuntamiento tiene competencias para regular el marco de sus espacios públicos, pero creo que tal regulación debe tener un rango estatal. Estamos hablando de derechos fundamentales y cada Ayuntamiento no puede ser un reino de taifas que cree disparidad de criterios entre mujeres de Palma y calvià, por ejemplo.

La creación de una comisión mixta Congreso-Senado para abordar desde la serenidad, rigor, con personas expertas en el tema, podría arrojar luz al tema.

Desde las precauciones por los “trasfondos peligrosos” que tienen algunas formaciones, y la oportunidad de este debate cubierto de cierta artificiosidad. El debate se debe abordar presiones y desde el máximo consenso, sin precipitaciones como pretende hacer PP y UM.

Las medidas punitivas por sí solas sirven de poco si no van acompañadas de la prevención, educación, mediación cultural, trabajo con las comunidades, empoderar a esas mujeres, y sobre todo, trabajar con los hombres. Cambiar esquemas y patrones culturales no se consigue de un día para otro y menos con una prohibición, pero ésta puede ayudar a marcar el límite, y aunque puede generar algunas consecuencias no deseadas, como ha marcado Amnistía Internacional o Human Rights Watch (mayor invisibilización de estas mujeres, mayor clausura en sus casas) hemos de anticiparnos y promover planes de inclusión, planes de igualdad de género e intensificar los trabajos para poder equilibrarlas, si fuera el caso.

Tenemos legislación suficiente para identificar quién hay debajo de un burka, o incluso para el acceso a equipamientos municipales. Tenemos legislación suficiente para intervenir con el código penal en mano, si existe presión, coacción o violencia, pero queda ese limbo, que es el de aquellas mujeres que “libremente” usan estas prendas, de esas mujeres que piensan que van desnudas si no llevan el burka, que llevan la “vergüenza” y el “pudor” programadas en sus mentes, el sentimiento de inferioridad y minusvaloración, y el “pecado” en la mirada de los hombres que las ven como seres peligrososos, incitadores al mal y al pecado. Eliminar ese “burka mental” es el verdadero reto.